18 de julio de 2008

Lavrador

Me crié en la calle Labradores número dieciséis cuarto derecha. Las veces que habré escrito la dirección calle Labradores número dieciséis cuarto derecha. En becas, en formularios, en cartas. Mi destino era ser labrador. Cuando uno escribe veinte veces la misma palabra, casi seguro que se convierte en esa palabra. Casi seguro, porque en la vida tengo comprobado que casi nada es seguro. Ni la muerte es segura. He visto en un documental que, si tienes mucha pasta, te pueden congelar hasta que encuentren el gen de la inmortalidad. Pero yo no tengo mucha pasta. Ése ha sido siempre uno de mis mayores problemas: no tener mucha pasta.

Comienzo del cuento ‘Lavrador’
Publicado en el volumen colectivo ‘Logroño en boca de todos’
Libro editado en 2006 por el Ayuntamiento de Logroño

10 de julio de 2008

Barbado

Mi abuelo se llamaba Benan. Con b, de burro. Benan, de Bienaventurado y no de Venancio, como algunos creían. Le llamaron Bienaventurado para que le fuesen las cosas bien en la vida. Y no le fueron ni fu ni fa. Se quejaba de casi todo y de casi todo en general: de la salud, del tiempo, de Fraga (¡cómo farfullaba cada vez que salía Fraga por la tele!). Mi abuelo Benan tenía muy mala leche, un genio canalla. No sabía perder a las cartas. Tres jugadas sin triunfo y ya se encabritaba contra su poca suerte. No era hombre de argumentos sino de hechos. Incapaz de seguir una conversación, se comía a su interlocutor si le llevaba la contraria. Pero todo el mundo le quería. Sobre todo, las moscas. Se desesperaba cuando la abuela Benita (con b, de beso) organizaba una escabechina en verano con su matamoscas. “Ellas también tienen derecho a vivir”, decía. Y como los bueyes mansos aguantaba su asedio sin inmutarse.
Fragmento del cuento Barbado.
Publicado en el número 6 de Piedra de Rayo.

3 de julio de 2008

Corquete

Olvídate, por favor, de la decrepitud de este otoño.
Coge de una vez el corquete
y llena ese cesto de uvas.
El abuelo te está mirando, te está juzgando.
Borra ese temblor de la sangre que empaña tus ojos
con ortografías y silencios
y demuéstrale que ya eres todo un hombre.
Que has heredado un cuerpo de fortalezas y certidumbres,
de gestos concretos,
que tienen límites,
que comienzan ahora y terminan ahora.
Demuéstrale que no te asustan las conversaciones de los escorpiones,
porque tu lenguaje sabe por fin el significado de la mentira.
No tengas miedo a vivir.
Ni sientas lástima por el verano herido.
Piensa que la naturaleza no entiende de justicia.
Que la luz excava las frentes sin pensar en biologías.
Que el viento encela las hojas sin pedir permiso a nadie.
Agarra con fuerza el corquete
y llena de una vez ese cesto de uvas.
De un golpe, échatelo sobre los hombros.
Disimula, no aparentes esfuerzo,
aunque estás cargando remordimientos y culpas de tantas generaciones.
Y olvídate, por favor, olvídate de la hermosura de este atardecer.

Te estás quedando atrás, niño viejo.
¿En qué tierra de nadie te estás perdiendo?
La cuadrilla no te espera, no te espera.
Y al fondo, extrañado,
el abuelo te está mirando, te está juzgando.

Poema publicado en el número 8 de ‘Piedra de Rayo’