29 de noviembre de 2008

Eusebio

Eusebio Padilla fue uno de los mejores extras de toda Almería. Uno de los más cotizados. Trabajó con los más grandes, con Clint Eastwood, con Valentino Veracruz, con Charles Bronson… En casi todos los spaghetti western aparecía su figura flacucha estrellándose contra el suelo. Su especialidad eran las caídas desde un caballo o desde la cornisa de un tejado. Le disparaban, caía en seco y fruncía el ceño agonizante. Un primer plano y perfecto. No le hacía falta ni bolsa de tomate ni nada. Un solo gesto suyo valía por mil chorros de sangre. Había otros extras que cabalgaban mejor, había otros extras que eran más espectaculares, pero sólo Eusebio Padilla ponía esas caras tan alucinantes, tan de muerto, tan dolorosas, tan idas. Nadie se moría con tanto sentimiento. Dicen que el propio Sergio Leone en el rodaje de una de sus películas se quedó tan impresionado con una de las caídas de Eusebio Padilla que paró la escena todo asustado para ver si ese hombre no se había matado de verdad.

Inicio del cuento ‘Eusebio Padilla’
Fue incluido en una antología de cuentos de cine.

11 de noviembre de 2008

Ubú

Prefacio para adultos, de amena lectura, que proporcionará útiles conocimientos para ganar concursos culturales en la televisión


Este libro nace por el llanto desconsolado de un niño. Su imagen compungida protagonizó las sátiras de quienes se ríen de los fracasados. El niño se llama Samuel, un cerebrito superdotado, matrícula de honor en catorce de quince asignaturas. Samuel lo sabía casi todo: las moléculas, los números primos, el movimiento de traslación, los antónimos, el Genitivo Sajón… Eran tantos sus conocimientos que todos pensaban que Samuel iba a ganar el premio al niño más listo de su barrio. En un programa cultural de la televisión local, contestó sin titubear a cuarenta y nueve preguntas. Y entonces llegó la pregunta cincuenta, la última, la que separaba el éxito del fracaso. El presentador sacó con solemnidad una tarjeta de un sobre y le preguntó a Samuel: “¿Qué escritor francés escribió ‘Ubú Rey’?”
Después de formulada la pregunta, comenzó a correr el tiempo, treinta fatídicos segundos. Toda la audiencia estaba pendiente de Samuel. El chaval se puso rojo; luego, blanco; luego, amarillo. No sabía la respuesta. Cuando acabó el tiempo, se echó a llorar abochornado. Fue una rabieta descomunal. La cámara, para ganar audiencia, enfocó un primer plano cruel de su rostro desencajado. Y para remarcar su ignorancia, sobreimpreso sobre sus lágrimas apareció un rótulo, parpadeante como un fluorescente de neón, informando de la respuesta correcta: “¡Alfred Jarry!, ¡Alfred Jarry!, ¡Alfred Jarry!”.
Samuel regresó a su casa alicaído. Le llamó Angelines, su profesora de literatura, para consolarle pero se negó a hablar con ella. Al crío no le entraba en su cabeza cómo su maestra no le había explicado en clase quién había sido Alfred Jarry. Le parecía incomprensible que le hubiese enseñado de todo (verbos, adverbios, sufijos, prefijos, preposiciones…) menos lo más importante: la literatura como juego, como burla, como absurdo, como placer, como crítica, como subversión, como ironía, como imaginación, como humor.
Desde entonces, Samuel no ha dejado de llorar. Es un niño triste. Lleva todo el verano encerrado en su habitación sin ganas de aprender nada. Sus padres le dan para leer lecturas tonificantes como ‘El principito’ o ‘La historia interminable’ pero él las rechaza. Desconfía de las enseñanzas de los adultos. Necesita un tratamiento de choque para recuperar la confianza en los libros. Por eso, hemos decidido realizar una versión de ‘Ubú Rey’: para curar a Samuel y a tantos niños como Samuel que no se fían de lo que les enseñan en las escuelas. Ya es hora de que conozcan la obra revolucionaria de Jarry, el precursor de la modernidad literaria. Nadie mejor que ellos entenderán la personalidad arrolladora de Ubú, el personaje más desternillante del pasado siglo; nadie mejor que ellos entenderán los contenidos apasionantes de la patafísica, una ciencia que convierte lo imposible en posible.


Prefacio de ‘Ubú, rey de los mares’
Publicado por Pepitas de Calabaza. Octubre 2008.
Los dibujines del libro son obra de Carmen Hierro.

8 de noviembre de 2008

Malawi

Anoche Yuli soñó otra vez con una pradera amarilla, con unas palmeras alargadas, con unos antílopes veloces, con una choza de madera boabab, con un fuego rojo, con una tartera oxidada, y con una mujer que removía con un palo un caldo humeante. La mujer, de ojos claros, de piel negra, le ofrecía con gesto cariñoso un cazo, hablándole en un idioma extraño, susurrándole unas palabras onomatopéyicas en una lengua desconocida. Pero cuando Yuli iba a probar un sorbo de aquel caldo tan rico, la sirena de un tren la despertó. El expreso de las ocho de la mañana venía con cierto retraso y aullaba sin parar.
- ¡Piii... Piiiiii... Piiiiiiiii!
La residencia donde vivía Yuli estaba a las afueras de la ciudad. Era como una isla rodeada de ruidos. La parte delantera del edificio estaba sitiada por una carretera por la que circulaban cientos de vehículos y la parte trasera limitaba con las vías del tren. Los niños a veces se asomaban por las ventanas para tirarles piedras a los ferrocarriles. “¡Marica el que no llegue!”, gritaban.

Inicio del cuento ‘Tren a Malawi’
Fue primer premio de un certamen de cuentos solidarios.