24 de junio de 2008

Destirpador

Pero ¿por qué he dicho en mis tiempos? ¿Acaso no son mis tiempos estos tiempos de ahora? Antes yo no me planteaba estas cuestiones। No me planteaba lo que era el tiempo. Simplemente vivía. No me planteaba lo que era la felicidad. Simplemente era feliz. No me planteaba lo que era el aburrimiento. Simplemente me aburría. Antes mi lenguaje era más sencillo, menos elaborado. El mañana era el mañana, pero ahora al mañana le llamo futuro. Y al ayer, pasado. Igual es que me estoy volviendo más sabia. Quiero decir que me noto más comprensiva. Pero me parece que me he hecho más sabia demasiado tarde. Porque también soy más infeliz. O puede ser que la sabiduría lleve consigo un poso de amargura. Ahora, lo noto, no hace falta que me mire en un espejo, soy una azada triste. Más sabia, sí, pero más triste.
Fragmento del cuento Destirpador.
Publicado en el número 9 de Piedra de Rayo.

15 de junio de 2008

Tufera

Esta historia tiene una heroína singular: una talla pequeña del Monasterio de Cañas. ¿Cuánto mide esta escultura humilde? Lo que un llavero, no más. Olvidada está en un rincón de la sacristía adonde no llega el sol. La ilumina un candelabro triste con unas velas de funeral. Dicen que es una imagen mariana; dicen que su mirada fría sobrecoge a quien la mira. En la mano derecha, la de las bendiciones, porta un objeto extraño: un tubo alargado con un capuchón en la copa. ¡Qué cetro más tosco para dama tan delicada! Pero, señores, no hay duda, no es una margarita, es una tufera lo que sostiene esa mano.
La llaman a esta talla santa Tufera. Pero antes de ser santa y de madera, ¿cómo llamaron a esta damisela? Eso no se sabe. Nadie se acuerda de su nombre en Cañas. ¡Ay, los siglos enfangan los recuerdos más que las riadas! Llamémosla pues Silvina, que suena a romance viejo. Por ese nombre, por Silvina, la debió de invocar tantas veces su marido. ¡Silvina, cose las albardas! ¡Silvina, limpia la pocilga! Así, con semejante vozarrón, le gritaba a su mujer aquel hombre rudo. Entonces eran tiempos de hombres rudos. De un solo azadonazo deslomaban los terrones. Grandes cavadores, sin duda, aquellos hombres antiguos. El de Silvina se llamaba Amador, aunque nunca fue, la verdad, un gran amante.
Fragmento del cuento Tufera.
Publicado en el número 28 de Piedra de Rayo. Primavera 2008.

4 de junio de 2008

Pinel

Cuando despegamos, la atmósfera estaba muy tranquila y se distinguía la ciudad de París iluminada como una tarta de cumpleaños. Me dieron ganas de soplar sobre ella y apagar todas esas luces. El globo iba subiendo y yo sentía algo de vértigo, y si miraba a la derecha, sólo veía aire, y si miraba a la izquierda, sólo veía aire. Estaba a punto de amanecer. Claude Monet dibujaba sin parar todo lo que yo le decía; en su gesto no había miedo sino decisión por conseguir de una vez por todas su sueño imposible. No habíamos subido muchos metros cuando nos metimos en una maldita nube que no nos dejó ver nada y nos envolvió por unos minutos, pero menos mal que el globo salió de ella, y seguimos ascendiendo muy rectos, muy rápidos en dirección hacia el sol; sin darnos cuenta fuimos ganando velocidad y en ese momento empezó a amanecer, y el primer rayo de sol se cruzó junto a nosotros y yo, Pío Pinel, el pintor de mayor talento de Mogroñedo, juró que lo vi y que me rodeó y que me dijo: “Aquí estoy, píntame”. Y yo empecé a describir el verde, el azul, el rojo, el marrón, y por cada color que describía parecía que estaba descubriendo e inventando un mundo nuevo, porque cada color andaba a sus anchas con una total felicidad, una felicidad que nunca antes había conocido…
Fragmento de la novela ‘Yo, Pío Pinel’
Relata la vida del jardinero de Claude Monet.
Fue primer premio de la III Edición del Certamen de Novela Corta Ciudad de Monzón.