26 de agosto de 2008

Hoja

Llegado el momento de caer al suelo, una hoja vieja de un castaño tuvo un fogonazo de lucidez. No me pregunten de dónde sacó el arrojo, pero gritó: “¡No me tiro!”. Fue tal el revuelo que se armó entre el resto de hojas, que dejaron de despedirse y decidieron unirse al propósito loco de su hermana. El castaño se temió lo peor: un motín a esas alturas del otoño. Llamó a la representante en el comité de empresa del árbol, elegida en un turbio proceso sindical a principios del verano, para avisarle de que tomaría medidas desagradables en la brotación del próximo año si no zanjaba aquel acto de rebeldía. Esta hoja delegada, viendo que peligraba el pan de sus hijos, convocó una asamblea urgente a última hora de la tarde. Pidió la palabra y le preguntó a la hoja vieja: “¿Por qué no te tiras?”. “Porque no quiero morir”, respondió la aludida con una sinceridad apabullante.

Inicio del cuento ‘La hoja vieja’
Publicado en el número 15 de ‘Piedra de Rayo’

12 de agosto de 2008

Atacuñar

Hace muchos siglos, cuando La Rioja era todavía una tierra estéril y yerma, sin río Ebro ni huertas fértiles, los lugareños intentaron plantar una cepa de tempranillo. Al tratarse de un terreno tan árido, casi desértico, la planta no arraigó y se secó. No les quedó más remedio a aquellos primeros habitantes que enviar una carta urgente certificada al dios Tacuño solicitando su ayuda, quien, a pesar de estar ocupadísimo con un lío de faldas, les hizo el favor de bajar del Olimpo. Siguiendo su práctica habitual de jardinero, pisó suavemente con sus pies alados la tierra alrededor de la cepa, insuflándole la vida necesaria para que el tempranillo por fin brotase. Y desde entonces, como agradecimiento a este generoso gesto, los riojanos bautizaron como tacuñar, o atacuñar en su versión más elaborada, a este pisado de la tierra.

Fragmento del cuento ‘Atacuñar’
Publicado en el número 5 de la revista ‘Piedra de Rayo’

4 de agosto de 2008

Verne

Cuando murió el científico K. mayúscula de cáncer de próstata, el sillón k minúscula de la Academia Francesa de las Ciencias quedó vacante. De los cincuenta currículum que se presentaron para cubrir tan significativa pérdida, el de Julio Verne resultó el más completo y el que más impresionó al tribunal examinador.
Como lo exigía el reglamento, el jurado lo convocó para hacerle una entrevista personal y Julio Verne acudió a la cita con una presencia modélica: perilla afeitada a la última moda, chaleco de primavera y unos anteojos que le conferían un aire entre tímido y despistado, muy seductor según aseguró madame Curie.
Durante hora y media disertó sobre los peligros medioambientales de la civilización tecnológica actual, modulando la voz con cierto tono filosófico. Le salió un discurso redondo: ni demasiado catastrofista ni demasiado optimista. Al jurado le gustó su carácter resolutivo, su seguridad al hablar, su planta enérgica. Sin duda, pensaron que aquel hombre podía significar savia nueva que revitalizase aquella caduca institución.

Comienzo del cuento ‘El currículum de Julio Verne’
Publicado en el número 6 de la revista Fábula.