26 de septiembre de 2008

Ubú

¡Oh, mieldra! ¡Qué céfiro más vanidoso rechina en mis orejas esta mañana! No hay derecho: con lo que me gusta oírme a mí mismo hablar. Tengo una voz tan engolada de coliflor. ¡Por favor que pare de soplar de una vez este céfiro y que me deje parlotear con las sardinitas en escabeche! ¡Cómo quiero a las sardinitas en escabeche! ¡Qué especie tan inteligente! ¡Y tan comprensiva! Son las únicas que me comprenden en este mar lleno de pececines salopines insensibles. Todas las mañanas, antes de comenzar la jornada, me consuelo parloteando con las sardinitas en escabeche. Les cuento mis penas y ellas me escuchan con suma atención. Cuando termino el relato de mis desgracias, estos animalitos compasivos suspiran. En agradecimiento por sus suspiros, yo les doy de desayunar anchoítas frescas.

Fragmento de ‘Úbú, rey de los mares’
Publicado por la editorial ‘Pepitas de Calabaza’. Octubre 2008

15 de septiembre de 2008

Manual

La enología riojana está sembrada de palabras hermosas e enigmáticas. No se sabe a ciencia cierta de dónde nace su magnetismo, pero son términos extraños que suenan con la fuerza primitiva de la prehistoria. Estas palabras se revelan como huellas de dinosaurios abandonadas en nuestro lenguaje. Aquí, en estos cuentos, vamos a ir rescatándolas, pero sin ceñirnos a las fronteras de la lingüística. Cogiendo de aquí y de allá, zurciendo un retal, parcheando esta costura, arreglando un dobladillo, nos las apañaremos para que en las explicaciones de cada una de las palabras se mezclen la poesía con la filología, la ciencia con la historia, el mito con la religión, la ficción con la realidad. Que todas las palabras juntas formen al final un manual de enología literario, sin pretensiones de academicismo, y, menos aún, de verosimilitud, que, al fin y al cabo, el lenguaje no deja de ser un espejo deformado de la realidad.

Introducción para la serie de cuentos del ‘Manual de enología’, publicados en la revista ‘Piedra de Rayo’.

4 de septiembre de 2008

Uva

Enamorado lo que se dice enamorado, no lo estuvo Baco hasta bien entrado en años. Claro que todo depende de lo que se entienda por amor, ese sentimiento tan hermosamente descrito por los tratados de mitología. Si por amor se entiende, como lo plasma Safo con sensualidad, el ser capaz de cruzar valles ignotos y mares procelosos para fundirse, aunque tan sólo sea por unos breves instantes, en la visión fugaz, casi evanescente, del ser amado, Baco sí que había estado enamorado mucho antes. ¡Y con qué pasión! Pues como bien se sabe, el flechazo que sintió cuando conoció en su mocedad a la sirena Artemisa, la misma que enloqueció a Odiseo con el brillo iridiscente de sus escamas, dio bastante que hablar en la antigüedad.
Sostienen los biógrafos de Baco que el dios imberbe, arrebatado por un loco deseo de placer, debió de recorrerse de punta a punta el Mediterráneo husmeando la gruta de Artemisa y que cuando, ya cansado de rastrear en vano, se percató de que la única posibilidad que le quedaba era introducirse por un pliegue de la costa etrusca hasta alcanzar la tenebrosa laguna Estigia, no se acobardó en su búsqueda. Al contrario, redoblada su voluptuosidad por la cercanía de la sirena, descendió a aquella oscura ciénaga en donde, como recompensa a su valor, halló a Artemisa, acostada sobre un lecho de corales, iluminando con su cola resplandeciente a los barqueros de almas.

Fragmento del cuento ‘Uva’
Publicado en el número 29 de ‘Piedra de Rayo’. Verano 2008.