5 de febrero de 2009

Vendimia

Aunque resulte dudoso que Nietzsche, debido al clásico dolor de riñones que suelen sufrir los filósofos, hubiese vendimiado alguna vez en su vida, su conocido antagonismo estético entre lo apolíneo y lo dionisiaco parece entresacado de la contemplación de una cuadrilla riojana vendimiando. Claro que me refiero a las cuadrillas de antaño, aquellas cuadrillas familiares, ya desaparecidas, donde el trabajo cobraba un valor amistoso, no cuantificado por el dinero sino por la propina de una barca de ricos moscateles.
En aquellas cuadrillas tan heterogéneas latía una tensión soterrada entre lo apolíneo y lo dionisiaco, plasmada en dos perfiles de individuos de procedencias opuestas. El apolíneo lo encarnaba un pariente lejano, una víctima de los vaivenes de las emigraciones, que se presentaba a vendimiar un fin de semana pertrechado de la actitud exótica del viajero inglés decimonónico. Por su parte, la figura del dionisiaco representaba la quintaesencia del hombre sedentario: era el dueño de la viña, un aldeano leñoso, desconfiado, huidizo, a quien para desempeñar ese papel se le exigía un sentido de la propiedad capaz de trazar lindes invisibles entre cepas aledañas y un olfato de gorrión dotado para intuir tormentas en cielos claros.


Inicio del cuento Vendimia
Publicado en el número 30 de Piedra de Rayo. Invierno 2009

1 de febrero de 2009

Sarmiento

Lo que estuvo a punto de haber fue una buena somanta de palos. En cuanto escuchó la protesta airada de Faustinín, el alguacil fustigó contra el suelo una vara de almendro. Como el muchacho comprendió que, si no obedecía, el siguiente latigazo caería sobre sus espaldas, echó a correr asustado hacia un chozo cercano en el que guardaba los haces de leña. Entró en su interior, cargó sobre los hombros una gavilla voluminosa y, como si fuese una hormiga oculta por una miga de pan, la transportó sufridamente hasta el lugar de celebración. Al llegar al pie de la pila, Faustinín se deshizo del fardo de sarmientos como pudo. Lo lanzó hacia arriba y tuvo verdadera fortuna. La torre se balanceó ligeramente al sumar una nueva gavilla pero no se derrumbó. El que perdió la verticalidad fue el crío. Se agachó bien agachado para introducir debajo del montón un puño de forraje que facilitase el fuego. Y entonces, justo cuando se encontraba en esa posición encorvada, sus ojillos melancólicos, como si fuesen los de un topo emergiendo de las profundidades de la tierra, se desviaron hacia arriba y se quedaron extasiados mirando durante cinco segundos, que bien pudieron ser cinco minutos o que bien pudieron ser cinco siglos, las enaguas de Rosaura. Aquella prenda, tejida con hilos dorados, relucía como una almazuela.

Fragmento del cuento ‘Sarmiento’
Publicado en el número 27 de Piedra de Rayo.
Las ilustraciones de Lema de este cuento han sido seleccionadas para la Feria de Bolonia 2009.