29 de diciembre de 2009

Grañón

Nunca he estado en Grañón. Claro que tampoco nunca he estado en París. Antes me avergonzaba reconocer no haber viajado a sitios célebres cuya visita se considera irrenunciable para un hombre de mundo. Así que para salir del apuro en más de una ocasión me he visto obligado a asegurar que conozco París como la palma de mi mano, lo que, dicho sea de paso, me ha forzado a aseverar que, venciendo mi atávico miedo a caerme de cualquier altura, me he encaramado a la copa de la empinada torre Eiffel. Y algo parecido me ha sucedido con Grañón, una histórica villa sobre la que he vertido algún que otro embuste, eso sí, éste un poco más piadoso que el referente a la bohemia París. Bajo la recriminadora mirada del apóstol Santiago, que todo lo ve y todo lo oye, he jurado y perjurado que he recorrido sus calles jacobeas hollándolas con los andares meditabundos de un peregrino y, como veía que me creían la falacia, he persistido en la mentira asegurando que, instado por sus amables lugareños, me he sentado en un banco de su iglesia mayor para contemplar, sin sentir mareos ni sarpullidos sthendalianos, el esplendor barroco de su maravilloso retablo.
Ahora, sin embargo, que ya no me sonrojo por pecados veniales, reconozco que nunca he estado en Grañón y, menos aún, en París. Claro que, pensándolo bien, a la luz de los nuevos descubrimientos físicos, habría que matizar qué significa eso de estar en un sitio. Me da la impresión de que ni un ignorante como yo en cuestiones de átomos, ni tampoco muchos laureados científicos, tienen nada claro este concepto. A todos nos acechan las mismas insidiosas preguntas. Porque, ya me dirán, ¿la actitud de permanecer sentado en una estación de autobuses durante una plomiza tarde, incluida una cabezadita sobre el hombro de un amable jubilado, otorga derecho de pernada sobre ese lugar?, ¿o acaso la constancia de regresar de un congreso express, sin otro bagaje turístico que la maleta cargada de folletos de la localidad organizadora, se puede convalidar como una estancia en toda regla?, ¿o incluso el gesto de compartir pacientemente el pesado álbum de fotos de vacaciones de un familiar concede el privilegio, por vía indirecta, de ser partícipe de ese viaje?

Extracto del artículo ‘Nunca he estado en Grañón’ publicado en el número de diciembre de 2009 de la revista Mirabel de Grañón.